Dos hombres maduros, amigos se enfrentan a los fantasmas del pasado, a la vez que se enzarzan en la búsqueda de un sentido a una vida que les ha sabido a poco. Todo ello pasa en un balneario de lujo en los Alpes suizos.
Entre esos personajes destacan dos: un compositor de fama mundial que trata de lidiar con su aparentemente incurable apatía (Michael Caine) y su viejo amigo cineasta (Harvey Keitel), que intenta completar el guión de la que según él, sin duda será su obra maestra.
Instalados en un lujoso balneario de los Alpes suizos ambos personajes pasan los días divagando sobre el tiempo perdido, sus inseguridades creativas, aquellas mujeres con las que se acostaron y aquellas con las que no, y sus crecientes dificultades para orinar. Su conclusión, no particularmente reveladora, es que hacerse viejo no es precisamente nada recomendable. En este sentido, la cinta pone incapié en una realidad vital incontestable y para ello lo contrasta con la voluptuosa juventud que los atiende en el balneario entre otros.
La cinta parece más bien el diario íntimo de dos personas que divagan cada cual desde su perspectiva. El director de orquesta es lógico si consideramos que la película está construida más como una sinfonía que como relato al uso. El director de cine va detrás de lo que debe ser su último hito.
En este espacio, la película nos ofrece sorbos de todas las inquietudes de los personajes involucrados en el balneario, incluido el personal sirviente. Algunos encajarían más en un museo que en la realidad como un Maradona atocinado con el rostro de Marx tatuado en la espalda, un monje budista que levita, un imitador de Hitler que busca emular nuevamente al gran actor que fue..
Bajo este título, La Juventud es una reflexión sobre lo vivido antes de que la muerte nos alcance. Un film que permite situarnos en el papel de unos personajes que, en algunos momentos pueden parecer incluso sombras de lo que fueron, pero que detrás de estas sombras se alza la grandiosidad de lo que han hecho.
El film nos invita a reflexionar sobre lo que es y ha sido nuestra vida. Sin despreciarla ni exaltarla, simplemente, aceptando lo que hay. Aprender a saborear lo vivido sin pretender emular a cada instante lo conseguido. El director cuida la imagen y cada escena con un detalle preciosista lo cual hace que sea precisamente esta belleza ambiental la que realza cada uno de los personajes y el mensaje que la vejez es la cumbre de la juventud.