“Cuanto más vivo y más hablo de la muerte, más conectado me siento con la vida”. Es la reflexión que más trasciende en este debut literario de Espartac Peran, periodista popular y archiconocido en Cataluña por ser cara bien visible en la televisión desde hace más de 20 años. El fallecimiento a muy temprana edad de un hermano que jamás no pudo conocer, o la más reciente muerte de su prima y de sus padres que lloró tras unos años con la desaparición de su fiel compañero Boira, su felino amigo, son excusas no para llegar a consolar sus penas y tristezas, sino meramente para sacar del cajón de sastre y del tabú a la muerte y colocarla en pleno centro del debate.
El autor mataronense cita a Pere March, poeta valenciano del siglo XIV que titula uno de sus trabajos en un catalán que cuenta casi 700 años como “Al punt que hom naix, comença de morir…”, para recalcar que cabe aprovechar cada momento y contemplar la muerte no como enemigo acérrimo, sino más bien como parte inevitable e integrante del ciclo de vida. Una cuestión que repasa especialmente cuando cuenta lo que de este aspecto aprendió en India y en Uganda.
“Se ha olvidado el ritual. Hace falta compartirlo y exteriorizarlo, y hablar de él también a los más jóvenes”. Unos niños que hoy en día ciertamente viven dando espaldarazo al rito funerario, no por propia voluntad, sino porque los mayores les esconden defunción y luto tras cristales muy oscuros y brumosos. Llega una tendencia gota a gota que recorre Europa y poco a poco va calando con paso muy lento en la península. Hacer que los niños pinten el ataúd de su ser querido, el que acaba de dejarles, y así puedan repensar y compartir con él sus emociones y vivencias.
La desnaturalización de la muerte se condensa en este ensayo cuando Espartac Peran recuerda que después de haber pasado medio siglo dese el accidente en que su hermano de 9 años falleció al caer de metro y medio, el silencio sigue imperando en las personas que lo presenciaron. En vez de afrontar y compartir de igual a igual una experiencia que siempre humaniza, muchos prefieren callar y seguir escondiendo un suceso que es parte de nuestra biología, y se empeñan en ahogar sus penas en la soledad miedosa de la reticencia a lo desconocido.
“Hay que sacar de una vez por todas este tema del negro agujero, reconsiderar el valor que se da a la muerte y avanzar también en la sostenibilidad de ceremonias y recordatorios”.