El libro “Cuando la muerte vino a nuestra casa” centra su relato en la muerte, no sólo como tema, sino también como personaje. Nos encontramos en un pueblo lejano en el que no existe la última hora, en el que nunca llegó la muerte. Las horas pasan una tras otra, y con ellas los días, los meses y los años. Todo sigue intacto: nada envejece, nada se pierde, la vida transcurre de forma estática y monótona.
Sin embargo, un día la muerte rompe la calma del pueblo con la llegada de un viajero como otro cualquiera, un viajero que debe quedarse en el pueblo para descansar y recuperarse de una vida con sentido, una vida viva. Este hecho provoca que la gente se sienta desconcertada al tener que enfrentarse por primera vez a la incertidumbre de no saber dónde está la vida estática en la que todo permanece inmóvil. La llegada de la muerte y la incertidumbre provocará que los habitantes del pueblo empiecen a sentir.
De este modo, las ilustraciones de personajes planos y fríos, que no expresan absolutamente nada en su “mundo feliz”, se transformarán en ilustraciones de personajes que empiezan a expresar emociones con sus rostros. Los habitantes del pueblo sentirán los claroscuros de la vida, conocerán el sufrimiento, pero también la compasión y el consuelo, porque la muerte seguirá visitándoles.
“Cuando la muerte vino a nuestra casa” aborda el tema del fallecimiento desde un punto de vista mucho más sencillo e, incluso, compasivo. Es un punto de vista en cierto modo inocente, pero a la vez cargado de reflexión y esperanza.