La vida de un ser humano deja marcas imborrables en el entorno al que llama hogar. Sin embargo, el daño ambiental después de su muerte también es descomunal. Afortunadamente cada vez hay más personas concienciadas y dispuestas a minimizar el impacto negativo de su paso por el mundo. Pero ¿realmente la ciudadanía tiene la potestad de modificar usos y costumbres tan arraigadas sin un compromiso en firme de los que mueven los hilos? ¿Pueden los movimientos sociales en los funerales transformar una tradición centenaria?
Para intentar dar respuesta a estos interrogantes hay que remontarse a la segunda mitad del siglo XX. A finales de los 60 empezó a hacerse visible una corriente política, social y global que defendía la protección del medioambiente. Desde entonces, el ecologismo, una filosofía que aboga por una transformación ‘verde’ desde la sociedad, puede apuntarse unas cuantas victorias.
De movimiento minoritario a la conciencia global
En un principio, el movimiento ecologista lo representaban unos miles de hippies y algún otro colectivo contracultural. Aunque entonces la sociedad en general los miraba con desdén, su mensaje ha ido calando y ahora hasta las más altas instituciones defienden lo que ellos ya advirtieron en su día: que la habitabilidad del planeta está en peligro. Y eso se debe a una lucha incansable de varias décadas.
A través de diversas asociaciones y organizaciones, el movimiento ecologista realiza cada año acciones para promover cambios de actitudes y de estilos de vida en favor del planeta. Al mismo tiempo, son el altavoz de las críticas sociales, llevando a instancias superiores las reformas legales que creen necesarias. Es más, sus iniciativas han salvado millones de vidas y han permitido preservar un buen número de ecosistemas. A ellos les debemos la mejora de la capa de ozono, la disminución drástica de las emisiones de productos químicos nocivos en la UE, el protocolo de Kyoto o la protección de reservas naturales.
Paralelamente, esa filosofía ha ido penetrando también en la sociedad. Por fin empezamos a asumir que las acciones de una sola persona impactan en un planeta que es de todos, y que la naturaleza no es algo externo, sino que estamos ligados a ella. Al fin y al cabo, los grandes cambios son la suma de otros mucho más pequeños, por lo que modificar determinados hábitos cotidianos siempre tiene algún efecto positivo en la sostenibilidad. Gestos como reciclar, consumir de manera responsable o usar el coche lo mínimo posible son vitales para reducir la contaminación y cuidar el medioambiente.
Así pues, no hace falta que entren en escena grandes movimientos sociales en los funerales para transformarlos sistemáticamente. Solo es cuestión de normalizar entre la población una despedida más sostenible como ya ocurre en otros países. Por ejemplo, Washington se convirtió a principios de este año en el primer estado de Estados Unidos en legalizar el “compostaje humano” (transformar los restos en abono), al mismo tiempo que las funerarias de Reino Unido o Canadá registran una alta demanda de entierros ecológicos y otras alternativas más sostenibles al sepelio tradicional y la cremación. Se trata, en suma, de ofrecer opciones accesibles y viables que no supongan para el consumidor una rara avis.
El funeral del futuro
Por tanto, es fundamental saber que cada paso posterior a la muerte tiene su propio conjunto de impactos ambientales, desde las sustancias químicas hasta las emisiones del transporte. Muchos hornos crematorios carecen de sistemas de filtración modernos y arrojan dióxido de carbono y mercurio a la atmósfera. Por no hablar del gran coste ambiental que de por sí tienen los cementerios al depender de fertilizantes y grandes cantidades de agua para mantenerlos a punto.
Pero no hay excusas. Existen maneras de convertir los funerales del futuro en ritos que no supongan una mayor amenaza para el entorno. Los movimientos sociales en los funerales nos han demostrado que tenemos poder de decisión en productos como urnas o ataúdes biodegradables, los productos de la tanatopraxia, el transporte, la ropa del difunto, etc. No es algo abstracto, de hecho la Fundación Terra estableció en 2015 un marco común en España con ‘9 principios de un ecofuneral’, sirviendo de referencia para los sepelios de bajo impacto ambiental.
Por regla general el sector funerario se resiste al cambio, pero si la sociedad lo exige llegará un momento en el que no le quedará más remedio que actuar en favor del bien medioambiental. Las tres próximas décadas son cruciales para frenar un problema de tanto calado como el cambio climático, así que más que nunca es necesario demostrar que somos una sociedad proactiva, mejorando todo lo que esté en nuestra mano.
De la misma forma que evoluciona la biología, lo hace la cultura, y que las tradiciones se adapten a los tiempos es mayoritariamente responsabilidad de la ciudadanía, colectiva e individualmente. Los ritos funerarios han cambiado significativamente con los años. Y deben seguir haciéndolo, pues vivimos en la era en la que el ser humano ha asumido que seguir destruyendo el planeta no es una opción.