Estas en una librería y te pones a hojear libros. Entonces abres uno que te llama la atención. Los ojos se quedan fijos en las últimas palabras escritas ¿No les dan ganas de morirse? Choca. La reacción a esta pregunta es a querer saber más, a entrar en el contenido que precede a esta cuestión. Entonces hojeas más a fondo el libro y lees con atención el índice. El resultado, una reacción de sorpresa ante tal rareza, ya que abordar temas como el miedo a la muerte y el arte de morir no es habitual en una sociedad que venera la juventud y vive mayoritariamente de espaldas a hacer una reflexión con profundidad sobre este tema.
Espiritualidad para el siglo XXI, de Luis Racionero, editado por librosdevanguardia (2016) fue escrito por encargo. Este hecho no le quita un ápice de interés, ya que su autor lo asumió como un reto. Esto es resumir sus propias experiencias espirituales, sus lecturas, sus conclusiones sobre la muerte y reflexiones sobre nuestro lugar en el mundo. También es un intento de valorar lo que las grandes tradiciones del pensamiento han conseguido, ha reprimido o han dejado de lado. Y lo consigue fruto del trabajo del autor a toda una vida dedicada al estudio de los textos más destacados de la humanidad y, sobre todo, a la experiencia directa.
En el primer capitulo El miedo a la muerte Racionero afirma que el principal antídoto para disipar ese erróneo miedo a la muerte está en la espiritualidad, concebida como una experiencia, un estado de ánimo, una transformación psicosomática del cerebro, a la cual se puede acceder a través de la mística, el yoga o el zen. Y destaca que el causante de este miedo a la muerte es el pensamiento occidental con “su creencia en el ego, su marasmo verbal y su incapacidad de aceptar que cada individuo es parte indivisible del universo”.
La muerte como tránsito es el segundo capítulo. En él su autor asegura que el arte de vivir “es gozar con ataraxia (liberados del miedo a la muerte y a los dioses) y el arte de morir es extinguirse cuando ya no quedan líneas por vivir en el cuerpo”. Visto así la vida es un aprendizaje y la muerte un cambio de viaje, que no va por mundos materiales, sino astrales, mentales y espirituales. Se hace sin cuerpo y sin equipaje. De esta vida uno solo se lleva las emociones y sentimientos grabados en la mente, si ésta subsiste, afirma.
“Una vez quitado de en medio el miedo a la muerte, conviene hacer lo mismo con el idolatrado racionalismo”, asegura en el tercer capítulo Otra mente no racional, que pone luz sobre la manera como pensamos, y el porqué de nuestra actitud ante la vida y la muerte. Para explicarlo confronta a dos pensadores: Platón, representante del racionalismo griego, y el hindú Pantajali, autor del texto sánscritoYoga sūtra, compuesto por aforismos (sūtras) acerca de aspectos filosóficos de la mente. Con estos pensadores de ejemplo muestra como el racionalismo pretende acomodar la mente a la naturaleza de los sentidos, limitándola para expresar lo que percibe por ellos. En cambio la practica del yoga pretende la acomodación de los sentidos al modo de ver, a la naturaleza de la mente. Y concluye: «mientras Occidente razona y se compromete a la regla del lenguaje lineal (sujeto, verbo y predicado) y pone diques y pilares a la corriente cambiante de la realidad, Oriente respira y fluye»..
En su opinión hay tres formas de usar la mente: la instintiva, basada en nuestro código genético; la racional, basada en nuestra memoria personal, y la energética o espiritual. Cada nivel no elimina el anterior, sino que se superpone al anterior con el que coexiste. Las personas deberíamos usar cada tipo de mente, según la situación, sin entronizar la racional, pues las tres son útiles y necesarias. Y sobre todo, destaca, no debemos hacer oídos sordos a la mente energética, las potencialidades de esta mente espiritual han sido manifestadas por Pitagoras, Lao Tse, Buda, Jesucristo, Ibn Quzman, Rumi, Dante, Ramon Llull, San Francisco, San Juan de la Cruz, Blake, entre otros.
Subir al espíritu, como recoge el ultimo capitulo del libro, no es un acto que se dé de manera espontánea, sino más bien al ser inducido por una serie de métodos de larga historia, como la hipnosis, el yoga, la privación sensorial, la respiración, el ayuno o la privación del sueño, y también a parte de las experiencias inducidas con componentes químicos (LSD) o hongos. Según el autor del libro, la consciencia mística es una característica intrínseca al ser humano y no depende de creencias religiosas, porque la espiritualidad consiste en estar perceptivo a la existencia del espíritu y no negarlo porque no se ve ni se toca Y aclara: los hindúes lo llaman Brahma, los chinos, Chi, los cristianos Dios. Yo lo llamaría energía universal. Es una océano de luz blanca que está viva y cuya esencia es el gozo. Es una energía que se transforma en todas las cosas que existen: espirituales, mentales y materiales.
Para saber mejor que es el espíritu, las revelaciones místicas de los que han conseguido llegar al él comparten una serie de características comunes: unidad, transcendencia en el tiempo y en el espacio, el conocimiento intuitivo i la inefabilidad. Aquello que no puede ser explicado con palabras, aunque quien mejor se ha acercado a ello es la poesía. Ejemplo de ello lo tenemos en los textos poéticos del Bagavad Gita y los Upanishad Kena y Chardoya, y en la poesía de San Juan de la Cruz.
Así lo describió San Juan de la Cruz en esta estrofa de Noche oscura:
“Quedeme y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado.
Cesó todo, y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado”.