Desde hace cuatro años las incineraciones superan a las inhumaciones en Estados Unidos, según la Asociación Nacional de Directores de Funerales. Parte de este crecimiento puede deberse, además de a las consideraciones económicas, a que normalmente se promociona como una opción más sostenible que el entierro tradicional. En España aún no se ha invertido la balanza, pero lo cierto es que tanto las 150.000 cremaciones y como las más de 260.000 cremaciones anuales dejan huella ecológica. Por tanto, es necesario desmentir el mito de que las incineraciones no son perjudiciales para el medioambiente. De hecho, a su manera, incluso las propias cenizas tienen impacto en la naturaleza.
Al producirse una incineración se emiten óxidos de carbono, dioxinas y otros agentes contaminantes. Por lo poco que se sabe, las emisiones procedentes de la cremación sobre todas las emisiones nacionales es insignificante (menos del 1%). En cambio, las de metales pesados, sobre todo de mercurio, sí son preocupantes. En la Unión Europea se producen entre 2,8 y 3,7 toneladas de mercurio al año por esta actividad. A este respecto, un grupo de investigadores británicos calculó que el 16% de la contaminación del aire se debe a este método funerario.
El país europeo con más instalaciones para las incineraciones
Mirando hacia España, sabemos que es el país con más hornos crematorios de Europa, 385 según la Fundación Tierra. La media de incineraciones es del 36%, aunque en algunas grandes ciudades alcanzan el 70%. Así que es obvio que este porcentaje va a ir a más en los próximos años, y, por ende, su impacto en el medioambiente. Los detractores de esta opción funeraria señalan como argumentos el alto consumo de energía y de combustible fósil que necesitan los hornos, la moda de enterrar urnas de materiales no biodegradables en la naturaleza, así como los efectos contaminantes de los crematorios. No se sabe con certeza, puesto que varía dependiendo de la regulación en cada comunidad.
Pero hay otro factor que no se tiene tan en cuenta, aunque se debería: qué hacen los familiares con los restos de sus seres queridos una vez incinerados. O lo que es lo mismo, qué impacto tienen las cenizas en la naturaleza. Como tal, el producto de la combustión del difunto y del féretro no es un problema ambiental. Eso es otro falso mito. Las cenizas son sales minerales u otras sustancias inorgánicas no combustibles. Otros materiales, como los metales del féretro de las prótesis de la persona fallecida, suelen reciclarse. En cuanto a las sustancias tóxicas generadas de la cremación, deben quedar atrapadas en los filtros de las instalaciones, porque la normativa europea sobre los límites de emisiones es muy estricta, si bien en España no todas las instalaciones están adaptadas para cumplir con esa legislación.
Por ese motivo, el impacto ambiental de las cenizas en la naturaleza no es el problema. El daño que dejan las incineraciones provienen sobre todo de las emisiones del crematorio y de los materiales que se suelan abandonar acompañando a las cenizas, como flores de plástico, figuras religiosas y la propia urna. A pesar de esto, no existe en España ninguna ley que regule específicamente el destino de las cenizas, así como tampoco hay obligación de depositarlas en un cementerio.
Entierro de las cenizas
En este sentido, solo el 35% de las cenizas terminan en un camposanto. De modo que el sector funerario demanda que se regule este tema, decantándose porque se disponga la conveniencia de inhumar las cenizas, ya sea conservándolas en un domicilio particular, depositándolas en los columbarios de los cementerios, u optando por espacios naturales habilitados. Al igual que algunos camposantos, estos lugares permiten enterrar urnas biodegradables y plantar árboles como recordatorio de la persona fallecida.
Si se opta por esparcir cenizas en el mar, la montaña o cualquier entorno natural, es vital que la urna cineraria esté certificada como biodegradable. De lo contrario, el impacto de las cenizas en la naturaleza será notable. O más bien, de los materiales imperecederos que se abandonan junto a ellas en el medio natural. En el puerto de Barcelona se han llegado a limpiar más de 600 urnas metálicas, lo mismo que ha sucedido a orillas del río Guadalquivir en su paso por Sevilla o en los alrededores de la aldea de El Rocío. De ahí que algunos ayuntamientos hayan prohibido específicamente su esparcimiento en entornos naturales.
Más estricta es la normativa sobre el esparcimiento de los restos de la incineración en el mar. La Organización Marítima Internacional (OMI), un organismo de la ONU aprobó en 1983 el llamado Convenio Marpol, en el que las cenizas humanas son consideradas contaminantes. Debido a esto, deben ser vertidas lejos de la costa. En concreto a unas 3 millas (5 kilómetros).
En definitiva, la creencia de que las cenizas son tóxicas es una leyenda urbana. El auténtico problema de las incineraciones son las emisiones de los hornos crematorios. Por eso es necesario que las administraciones españolas se pongan firmes y obliguen a las empresas que ofrecen estos servicios a cumplir con las directrices europeas. Sin olvidar que los usuarios también pueden contribuir a que la cremación sea una opción funeraria verdaderamente sostenible, pensando dos veces si la forma elegida para darle el último adiós a su ser querido es también la más favorable para el medioambiente.